domingo, 18 de octubre de 2020

Recuerdos de octubre, un año después

El neoliberalismo me había calado hasta los huesos. Había colonizado mi psique. Por más que mi alma quisiera contribuir a la comunidad, ejercer un tiempo de voluntariado, mi supuesta libertad se veía cooptada por una estructura de incentivos perversos que me hacían perpetuar el individualismo. La presión de trabajar para pagar la hipoteca al banco, la tarjeta de crédito, el miedo a la intemperie, el pánico a la pobreza, la narrativa del emprendedor, la autoexigencia convertida en autoexplotación, al afán de ser productivo, el juicio a la ineficiencia, el descanso y el ocio vistos como flojera.... eran todo expresiones de haber privatizado mi vida, haber interiorizado al opresor.  Al mismo tiempo era empresario y empleado precarizado. Obrero del conocimiento de universidades extractivistas, pilares del capitalismo cognitivo. La dialéctica materialista ya no se daba entre patrón y proletario, sino que se daba al interior de mi mente, en el frágil campo de batalla de mi cuerpo, en el limitado espacio tiempo de mi agenda... y los efectos colaterales no deseados afectaban la calidad de mis vínculos con mis seres queridos, y también la calidad de la salud corporal, mental y emocional.

Pero un velo cayó aquel dieciocho de octubre. Dicen que fue una revolución, pero también fue una revelación. Cuando el pueblo se rebeló, algo nos fue revelado. Aquel veinticinco de octubre, allí en la plaza, renombrada como Plaza Dignidad, en las calles, en las grandes alamedas sentimos que caminamos libres para construir una sociedad mejor, cumpliendo la profecía de Allende. Por primera vez en mucho tiempo nos sentimos Pueblo, miembros solidarios de una alma colectiva. Codo a codo, mano a mano. Banderas mapuches y chilenas, del Colo y la U, ondeaban al viento. Mujeres y hombres. Jóvenes y viejos.  La categoría Pueblo había sido olvidada. Reemplazada por expresiones más modernas y urbanitas como Ciudadanía, Gente, Sociedad, menos cargadas de significado colectivo.

Durante las últimas cinco décadas, las fuerzas del mercado habían debilitado -si no disuelto- las fuerzas de la comunidad. Y durante aquella intensa semana,  las Fuerzas de Seguridad del Estado se habían vuelto contra el Pueblo, y lo estaban, literalmente, mutilando. Cuando el Pueblo abrió los ojos y despertó, le arrancaron los ojos. Un joven estudiante. Una trabajadora. Gustavo y Fabiola. ¿Qué peligro representaban realmente? ¿Para quién?

Tomamos conciencia de la injusticia. Chile se había convertido en un país de eufemismos. La injusticia se había transformado en un tabú. La llamábamos desigualdad o inequidad. Era raro incluso escuchar la expresión "Justicia social". Si uno la mencionaba, casi te tildaban de comunista. Recuerdo el polvo que levantó en su momento la propuesta de Monseñor Goic del Salario ético. 

Durante aquella semana, había participado en un congreso académico sobre Transformaciones Sociales en la Universidad de Chile. Aquel viernes 18-O, fui temprano en metro a dar mi clase de Liderazgo Estratégico y Manejo de Conflictos a mis alumnos en el Barrio República y en el metro ya noté un aire enrarecido. Ante la escalada de evasiones masivas promovidas por estudiantes, grupos de Carabineros antidisturbios dentro y fuera de las estaciones. Terminada mi clase, viajé a Viña del Mar por el día para impartir mi clase allá y en el bus de regreso, me advirtieron del caos vial que se vivía en Santiago. El bus se demoró una hora adicional en entrar a la ciudad. Al ver el metro cerrado, caminé unas cuadras por la Alameda desde la USACH hacia Estación Central, pero en el camino, vi barricadas encendidas, encapuchados y guanacos y zorrillos que se acercaban. Me metí hacia una bocacalle para evitar los gases lacrimógenos. Llamé un Uber, que se demoró diez largos minutos en llegar. En el minuto nueve, vi que se acercaba corriendo un tropel de una treintena de personas encapuchadas, con un guanaco lanzando agua por detrás. Cuando ya estaban a pocos metros, justo llegó el Uber y raudamente, como alma que lleva el diablo, me subí al auto y le dije al conductor "Corra, que vienen los pacos". Me puse el cinturón de seguridad, respiré aliviado, y envié un mensaje a mi mujer para compartirle mi ubicación.

Al día siguiente, sábado, 19-O, sin entender todavía la dimensión del Estado de Excepción y sus consecuencias, participé en la actividad del SDG Forum en al marco del Congreso de Transformaciones. hasta que a mediodía, al comenzar un cacerolazo masivo, la coordinadora del evento nos pidió evacuar el campus para salvaguardar la integridad de los participantes.

Aquella noche escribí "Anomia" y a la noche siguiente "Estado de Fragilidad"

Otro día, al terminar mi trabajo en la oficina, a las cinco de la tarde, iba bajando con mi mochila, tranquilo para ir a tomar el metro, y en ese momento llegó un zorrillo por la Alameda, lanzando un horrible gas lacrimógeno. Tuve que volver a glocal a por limones, y esperar que pasaran los efectos.. Nunca me había sentido antes así, vulnerado en mi dignidad y en mis derechos humanos. Al llegar a casa, hice la denuncia en el formulario habilitado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos.

El Viernes 25 de Octubre salimos a marchar como equipo. Caminamos por la Alameda. Tocamos las cacerolas y sartenes. Coreamos las consignas. Y bailamos tras el escenario de Sol y Lluvia.

Fui testigo de mucha más violencia de la que hubiera deseado. Pero la más brutal era la fuerza desproporcionada de las Fuerzas del Estado contra su propio Pueblo alzado.

Ya ha pasado un año. Y más de la mitad, marcado por la Pandemia. 

Este domingo, cambiaremos la cuchara de palo por un bolígrafo azul y la pañoleta roja por una mascarilla. Y trazando dos simples líneas sobre una papeleta, millones escribiremos la Historia.




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