miércoles, 18 de junio de 2014

JUGAR, COMPETIR, COLABORAR

El Mundial de Brasil 2014 ha avivado el espíritu deportivo. La exaltación de los símbolos nacionales, el orgullo patrio, las caras pintadas con los colores de las banderas, las camisetas, los himnos... todo un entramado de rituales que van más allá de lo deportivo, pues son capaces de emocionar y poner a un país a celebrar o a llorar. En el mundial aparece la competitividad, el ánimo de ganar al adversario. Y aparece también la colaboración, el trabajo en equipo, la celebración colectiva.


Tanto la cooperación como la competencia tienen sus luces y sombras. En los noventa, cuando me inicié en el campo de la educación no formal para la paz, descubrí la tradición de los juegos cooperativos en el marco del voluntariado juvenil y la animación sociocultural. Estudiando Economía, encontré la Teoría de Juegos, y el Equilibrio de Nash, que luego me ayudarían a comprender la tragedia de los comunes.  Durante mi trayectoria profesional como facilitador de aprendizaje experiencial en adultos he ido incorporando y creando una amplia gama de juegos, dinámicas y ejercicios que permiten a los participantes vivenciar una experiencia metafórica de la cual extraer aprendizajes para transferirlos a su vida real y su trabajo.

A pesar de esta experiencia, la visita de Jennifer Trujillo, ingeniera mecatrónica colombiana, facilitadora de tecnologías sociales Art of Hosting, Guerrera sin Armas formada en el Instituto Elos, y miembro de redes como AIESEC, Impact HUB y CASA, me situó nuevamente en posición de aprendiz. Intuyo que su inspiradora presencia y las preguntas poderosas que nos dejó, seguirán reverberando durante mucho tiempo. En lo personal, yo me quedé con varios aprendizajes sobre el juego y la colaboración.

Durante sus talleres en el marco de la Escuela de Innovación Social, nos facilitó un sencillo pero potente juego simbólico con unas mazorcas de maíz y unos cuencos de barro. Era un juego con una simple definición de éxito, frente a la cual se podía elegir jugar siguiendo estrategias competitivas o cooperativas. Creaba un microcosmos que mostraba en forma evidente la complejidad de las dinámicas involucradas en un cambio sistémico. En el juego, como en la vida, las reglas del juego estaban en la mente de los jugadores. Algunos trataban de jugar un juego nuevo, pero con reglas antiguas. Algunos buscaban estrategias colaborativas, pero no funcionaban si el resto seguía compitiendo. "En la vida como en el juego" repetía Jennifer una y otra vez .


Tras varias décadas en que la competitividad sintetizaba el paradigma dominante, en los últimos años se ha puesto de moda el apellido "colaborativo" y se usa en los más diversos ámbitos: innovación colaborativa, aprendizaje colaborativo, liderazgo colaborativo, economía colaborativa... como si todo lo competitivo fuera negativo y la mera colaboración fuera a salvarnos. Ojo, ni es oro todo lo que reluce, ni mierda todo lo que huele. Las células terroristas de Al-Qaeda también colaboran entre sí, y algunas empresas multinacionales también colaboran y se coluden para acordar precios o mantener posiciones de poder en el mercado. Tanto la colaboración como la competencia no son fines en sí mismos y no son buenos o malos en sí, sino simplemente instrumentos, como un martillo o como el liderazgo. Lo que marca la diferencia es la causa o propósito al servicio del cual se ponen. ¿Qué criterio guiará la decisión de cuándo colaborar o cuándo competir? ¿para qué competir o cooperar? ¿desde dónde competimos y cooperamos?

En otra conversación que tuve con otra colega  argentina Pat Mollá, durante el encuentro de facilitadores gráficos, me resonó el poder simbólico del Juego: "Con la realidad no se juega"- decía Pat.

"¿Cómo la leona enseña a sus cachorros a cazar? Jugando" - decía Jennifer. El juego como metáfora, cómo símbolo, nos permite equivocarnos, nos permite errar y aprender sin graves consecuencias, nos permite por tanto,  aprender, transformarnos y sanarnos individual y colectivamente.

Humberto Maturana, en su libro "Amor y Juego"  sugiere:
El juego en los seres humanos es una actitud fundamental que es fácilmente perdida debido a que requiere inocencia total. de hecho, cualquier actividad humana hecha en inocencia, esto es, cualquier actividad humana hecha en el momento en que es hecha con la atención en ella y no en el resultado, esto es, vivida sin propósito ulterior y sin otra intención que su realización, es juego; cualquier actividad humana que es disfrutada en su realización debido a que la atención del que la vive no va más allá de ella, es juego. Dejamos de jugar cuando perdemos la inocencia, y perdemos la inocencia cuando dejamos de atender a lo que hacemos y comenzamos a atender a las consecuencias de nuestras acciones, o algo más allá de ellas, mientras aún estamos en proceso de realizarlas. 
Al acompañar las tareas -lo que en España llamábamos "deberes"- de mi hija de 5 años, he observado que cuando aborda su tarea desde el deber, lo siente como una obligación, raramente lo disfruta, da señales de ansiedad e inseguridad. Cuando, en cambio, afronta  sus tareas como un juego, la observo más fluida, comprometida, abierta al aprendizaje, pasa más rápido el tiempo y se siente que disfruta más.

En los últimos años ha surgido otra buzzword o palabra de moda: la "gamificación" o "ludificación". Y aprovechando la tendencia, nacen consultores y  expertos en videojuegos, aplicaciones lúdicas descargables, juegos para cambios conductuales, juegos de aprendizaje. ¿Estaremos ante una época en la que el deber y el jugar están diluyendo sus fronteras?

Ante estas reflexiones, sólo me surgen nuevas preguntas...
¿Qué juegos estamos enseñando a nuestros hijos? ¿Qué les enseñan los juegos actuales sobre la vida?
¿Qué juegos jugamos cada día, sin darnos cuenta? ¿Cómo cambiar las reglas del juego?
¿Qué posibilidades se nos abrirían si habitáramos el vivir, el trabajar, el emprender, el aprender como simples juegos? ¿Qué podemos aprender del poder de los juegos para transformar sistemas?