sábado, 19 de diciembre de 2020

Carta a un ladrón


Estimado desconocido.

No te conozco todavía, pero aún espero algún día poder mirarte a los ojos para poder leerte esta carta. No sé tu edad, ni tu origen, ni tu historia y me encantaría escucharla. Me imagino que debes estar en una situación extrema para dedicarte a lo que te dedicas. Los testigos que te vieron correr y escapar por las escaleras dicen que eras un hombre joven blanco.

Puedo imaginar que vigilabas a mi madre desde hacía días, que monitoreabas sus horarios de entrada y salida, que sabías que es una mujer anciana, que vive sola. Tal vez incluso conoces la frecuencia con la que sale de compras. Sabías a qué piso subir, qué puerta forzar, y la ubicación exacta de su dormitorio, puesto fue fuiste directamente allá, sin explorar las otras habitaciones. Era un blanco fácil. No había ni conserje ni cámaras en el edificio. Es un barrio tranquilo y seguro. O lo era, hasta que llegaste.

No te llevaste más que unas joyas de poco valor. No había mucho más que llevarse. Pero ¿sabes?... lo material no importa. A lo más, unos cajones revueltos y una cerradura forzada. Después, los trámites de la denuncia y el seguro.

Lo que más me duele es que, en plena pandemia, a pocos días de Navidad, vulneraste el hogar de una mujer de ochenta y tres años que nunca le ha hecho mal a nadie. Una mujer dulce, siempre sonriente, siempre servicial, cariñosa, un ángel para todos quienes la conocen. Una mujer comprometida con sus amigas, generosa y desprendida, empática, siempre disponible y dispuesta para escuchar y apoyar a quién lo necesite. Quizá, en otro momento, si hubieras llamado a la puerta, te habría recibido, ella misma te habría cocinado unas croquetas, o una rica tortilla de patata, o preparado un delicioso postre de chocolate, que le encanta.

Pero tal vez tú no tuviste una madre como ella. Tal vez ni siquiera una abuela. ¿Quién sabe? Tal vez no tuviste la oportunidad de estudiar. O tal vez sí, y la vida de ha pegado duro.  Especialmente en en este año de mierda, que nos ha pegado duro a todos. No lo sé. No soy quién para decirte que dejes de robar. No soy quién para pedirte que te busques un trabajo honrado, porque sé que la situación está difícil.  Pero sí soy quién para decirte que con mi Madre no te metas. Ella no se merece esto. Ella merece disfrutar sus últimos años en paz, en calma, en tranquilidad, ver sus series, cuchichear con sus amigas, pedalear hasta que su rodilla se lo permita, reír las gracias de sus nietos, declamar sus poesías, escribir sus memorias, contar orgullosa las anécdotas de sus cuatro hijos una y otra vez... Ella merece brillar hasta el último día de su vida.

Un cordial saludo.


El hijo de la última señora a quien robaste.


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