miércoles, 18 de septiembre de 2019

Caminar en los Páramos

Despiertas de amanecida.
Desayunas muy temprano.
Preparas tu vieja mochila
con dos botellas de agua,
un sándwich de pollo
y cuatro mandarinas.
Te atas los cordones
de tus zapatillas.


Sales desde la bella Cuenca,
antiguamente conocida 
como la Atenas del Ecuador,
hoy, por sus industrias, renacida.

Tras una hora de carretera
con innumerables curvas en subida,
después de catorce años de tu vida,
pones tus pies por fin
largo sueño anhelado,
eternamente postergado.


Comienzas a caminar
bajo un amenazante
cielo grisáceo,
con una vista impresionante 
a un paisaje interminable 
de valles glaciales,
lagunas oscuras,
páramos y pajonales.


Al sentir el viento frío
sobre tu rostro,
rodeas tu cuello 
con la bufanda 
y te cubres 
nariz, boca y orejas.

Sientes el chapoteo
del húmedo barro 
y aprecias la vida,
en su fragilidad
gozando en cada paso,
con toda su intensidad.



A medida que avanzas,
rodeas la Toreadora,
y descubres aquí y allá
florecillas
azules, lilas
moradas, verdes,
rojas y amarillas
flores tímidas 
y valientes
qué brotan entre 
las piedras, 
resilientes.


 Bosques de polylepis,
 bosques de quinua,
 sus troncos cobrizos
 se deshacen como si fueran
 bosques de papel.



Llaman tu atención
las puyas bromeliáceas,
clavas de Hércules,
con sus peludos tallos,
con sus florecillas verdes
y aquellos herbazales
amarillentos y pardos.



A medida que asciendes
sientes el pulso 
detrás de las sienes,
sientes como la sangre
bombea en tu cabeza,
tu respiración se agita 
jadeas y te preguntas
si el mal de altura se evita.



Decenas de especies 
de musgos y líquenes 
transforman cada roca
en un paisaje multicolor,
más arriba, yaretas 
crecen como almohadillas.



Senecios, 
chuquiraguas, 
borracheras, 
totoras, 
equisetos.
sarashimas
y papiros.


Un fugaz colibrí 
de pecho anaranjado
 y en su lomo 
un brillo azulado  
atraviesa raudo y veloz,
tan  rápido
que te roba la voz.

Pueblan el lugar
mitos incas y cañaris,
vírgenes aparecidas,
historias de arrieros
y contrabandistas,
cajas de plata y oro
hundidas en sus aguas,
el viejito del farol 
de luz verde
que se aparece 
para devolver al camino
a quienes lo pierden,
luces nocturnas
que se mueven 
sobre las lagunas
misteriosamente.



Para terminar,
un sabroso almuerzo
en un rústico escondite
con olor a leña,
habas con queso,
locro de papa,
una trucha al ajillo
y el infaltable canelazo.


Una laguna tras otra,
cerros, cerros y más cerros,
poco a poco, paso a paso, 
te enamoras de estos páramos,
y sus lagunas de altura
verdadero santuario
para Ecuador, Azuay y Cuenca, 
 guardiana de las aguas.

más fotos del Parque Nacional Cajas,
Cuenca, Azuay, Ecuador

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