jueves, 18 de junio de 2015

Érase una vez, en un país ideológicamente falso...

Erase una vez, en un país ideológicamente falso,
un profesor ideológicamente falso,
que cada día le daba a su mujer ideológicamente falsa
un beso ideológicamente falso.

Desayunaba cereales ideológicamente falsos,
con fruta ideológicamente falsa y leche ideológicamente falsa;
usaba el transporte público ideológicamente falso,
llegaba a su escuela ideológicamente falsa,
con un proyecto educativo ideológicamente falso,
dirigida por un director ideológicamente falso,
donde daba clases ideológicamente falsas
con libros ideológicamente falsos
a estudiantes ideológicamente falsos,
cuyos apoderados ideológicamente falsos
tenían empleos ideológicamente falsos
en empresas ideológicamente falsas,
que competían en mercados ideológicamente falsos.
e invertían en fondos de pensiones ideológicamente falsas
para tener una vejez ideológicamente falsa.

Cuando tenían alguna enfermedad ideológicamente falsa,
le pedían a un doctor ideológicamente falso
de una clínica ideológicamente falsa
una licencia ideológicamente falsa
para no aguantar a su jefe ideológicamente falso,
o evitar aquel clima laboral ideológicamente falso.

Los estudiantes superaban exámenes ideológicamente falsos
para entrar en universidades ideológicamente falsas
que les prometían títulos ideológicamente falsos
para lograr el éxito ideológicamente falso
en un futuro ideológicamente falso,
financiados por créditos ideológicamente falsos
que otorgaban unos bancos ideológicamente falsos
con aval de un Estado ideológicamente falso,
que abría licitaciones ideológicamente falsas
para implementar políticas públicas ideológicamente falsas
en base a un censo ideológicamente falso.

Cada domingo, un cura ideológicamente falso
celebraba una misa ideológicamente falsa,
en una iglesia ideológicamente falsa,
donde algunos feligreses ideológicamente falsos
recibían sacramentos ideológicamente falsos.

Los medios de comunicación ideológicamente falsos
mostraban titulares ideológicamente falsos
de futbolistas ideológicamente falsos
que jugaban partidos ideológicamente falsos
con árbitros ideológicamente falsos,
metían goles ideológicamente falsos
ante barras bravas ideológicamente falsas.

Los políticos ideológicamente falsos
tenían debates ideológicamente falsos
en un parlamento ideológicamente falso,
puesto que sus campañas ideológicamente falsas
habían sido financiadas por boletas ideológicamente falsas.

Había también pobres ideológicamente falsos
que recibían bonos ideológicamente falsos,
y viviendas sociales ideológicamente falsas,
y se atendían en hospitales ideológicamente falsos.

Y había ricos ideológicamente falsos
que hacían donaciones ideológicamente falsas
a fundaciones ideológicamente falsas
para exhibir su caridad ideológicamente falsa
y pagar menos impuestos ideológicamente falsos.

Aquel país solo despertaba de su letargo ideológicamente falso
cada vez que la naturaleza real le sorprendía con
terremotos reales, maremotos reales,
incendios reales, volcanes reales, inundaciones reales...

Y solo así recordaban
que el dolor es real,
el miedo es real,
la muerte es real,
la vida es real,
como real es la libertad
de elegir cada día
habitar el intersticio
de autenticidad existente
entre la falsedad ideológica
y la formalidad aparente.